Tomba la cubana de Capellades

Hoy somos un poco más libres y dignos.

El catedrático de Psicología Social José Miguel Fernández-Dols explicaba en el artículo Lluvia fina de odio cómo en una sociedad aparentemente sana triunfa el odio y acaba por autodestruirse en una espiral de violencia incontenible. Pase y lea:

«Una de las primeras películas en color realizadas por la empresa Afga fue lo que hoy llamaríamos un spot turístico de Berlín con motivo de las Olimpiadas de 1936. La contemplación del paisaje urbano, en colores pastel, apenas es perturbada por la abundancia de banderas en los primeros minutos. Después la tónica dominante es una normalidad que, si no fuera por lo que sabemos, resultaría atractiva. Los soldados hacen relevos de guardia contemplados por los turistas, como se hace hoy en muchas capitales europeas. Las familias pasean por el zoo. Unos jóvenes toman el sol en la playa. La gente baila y toma cerveza. Quizás la imagen más conmovedora es la de un hombre que toma en brazos a una nena para bajar unas escaleras en Alexanderplatz. (…)

Retrospectivamente sabemos que en 1936 la violencia ya se había apoderado de Alemania. La gente ya no hablaba con libertad, los niños eran adoctrinados sobre quienes eran “auténticos” alemanes, la historia se estaba reescribiendo. Debajo de los colores pastel del documental hay una espiral de violencia que está empezando a ganar velocidad llevándose por delante la sociedad civil y la democracia alemana.

¿Por qué la gente seguía bebiendo cerveza, tomando el sol y paseando a sus hijos los domingos?

La respuesta, que debemos a uno de los grandes expertos en el estudio psicológico del mal (Ervin Staub), es que la violencia más destructiva para una sociedad no es un acontecimiento aislado, por terrible que sea. Es un proceso, un continuo de destrucción, que comienza con un sistema de creencias que se traduce en una fina lluvia de odio: hechos “banales”; pequeñas agresiones psicológicas (por ejemplo, boicots, amenazas) o simbólicas (por ejemplo, ridiculizaciones). Luego vandalismo o calumnias difundidas en los medios sociales. A continuación agresiones físicas puntuales, aparentes “peleas de muchachos”.

Finalmente la fina lluvia da lugar a una tormenta devastadora que arrastra a verdugos y víctimas: formas de coacción e intimidación física que van adquiriendo una sistematicidad y peligrosidad potencialmente letal.

El proceso necesita un catalizador: la mirada complaciente, o el mirar hacia otro lado de los que no protagonizan esos actos y la indiferencia, la pasividad o la incompetencia de las autoridades encargadas de proteger a las víctimas.(…)

John Stuart Mill, uno de los grandes arquitectos de la concepción contemporánea de la democracia, proporcionó una aproximación al daño más objetiva que además explica por qué el continuo de destrucción es invisible en sus primeras fases, y por qué puede destruir una sociedad.

En ‘Utilitarismo’ Mill señala dos causas de daño. Una de las causas de daño es particularmente insidiosa y muy relevante para explicar las primeras fases del continuo de destrucción: son aquellos actos en los que se priva a una persona de aquello que le es debido por ley, privándola de un bien físico o social que tenía esperanzas bien fundadas de disfrutar.

Como se ve, esa violencia por omisión es particularmente fácil de ejercer y especialmente difícil de denunciar porque no se describe a partir de hechos sino de expectativas, y porque las víctimas suelen tener la tendencia, muy frecuente en los seres humanos, a normalizar este tipo de situaciones para seguir viviendo.

Unos pocos cristales rotos, una pintada que alienta a no comprar en una tienda, un niño llorando porque lo han señalado como “impuro”. El tendero carece de la protección que parecen tener otros comerciantes y espera seguir vendiendo “cuando pase todo”. El niño ha sido privado de algunos de sus derechos fundamentales como niño y ser humano pero quiere seguir jugando.

Las víctimas caen en una trampa: si denuncian se señalan todavía más, creen que esos actos empiezan y acaban en sí mismos, esperan que la gente se olvide de ellos, ¿cómo protagonizar individualmente una denuncia grandilocuente de vulneración de derechos constitucionales cuando eres un individuo del que nadie parece preocuparse?

Tal situación de pasividad se agrava cuando los ciudadanos no son conscientes de cuál es, en las democracias occidentales, la fuente fundamental de lo que les “es debido” por parte de los demás ciudadanos y las instituciones: su Constitución y las leyes que se derivan de ésta.

La ignorancia de esos derechos o la falta de confianza en las autoridades encargadas de custodiarlos agravan su situación. La insignificancia aparente de las privaciones de los bienes físicos o sociales que esperaban recibir mantiene a las víctimas aisladas entre sí, enfrentadas a unos verdugos que extraen su fuerza precisamente de lo contrario, del sentimiento de que participar en las agresiones les convierte en miembros de una hermandad maravillosa, energética, heroica, que va a hacer su sociedad más pura a través de un plan que lleva siglos gestándose, escrito en los arcanos de la historia.

Si el proceso descrito por el continuo de destrucción sigue sus pasos naturales, algún día, sin previo aviso, empezarán las palizas o los tiros en las piernas para culminar con las bombas lapa en el coche (o en el pecho) y los tiros en la nuca. Y las víctimas sufrirán la segunda definición de daño de Mill, más congruente con lo que cotidianamente entendemos por violencia: el infligir sufrimiento directo mediante actos ilegales. (…)

Típicamente esos ciudadanos se deberían regir por la misma Constitución que protege a sus víctimas pero justifican “lo que les es debido” en supuestos principios que no son constitucionales sino étnicos o identitarios. Lo que les es debido no está escrito ni consensuado, ni siquiera entre ellos mismos. Solo dicta claramente que deben ignorar su propia Constitución y privar a las víctimas de lo que les es constitucionalmente debido. Y así emprenden un camino destructivo, incluso para ellos mismos, en el que conceptos vacíos como “raza” o “destino histórico” sustituyen a las normas escritas, mientras son custodiados por unos guardianes de la ortodoxia que, si lo creen necesario, no dudarán en sacrificarlos para seguir avanzando hacia ninguna parte.

Es difícil imaginar que, debajo de los colores pastel del documental del Berlín de 1936 los verdugos voluntarios ya están ahí, entre los que bailan o toman el sol.

Porque no vemos al joven o al niño que, en algún lugar, se está empapando lentamente de esa fina lluvia de odio que convierte la sociedad que le rodea en una historia de buenos, dispuestos a sacrificarse en nombre de los arcanos que la historia reserva para sus elegidos, y de malos; ladrones, animales o meros obstáculos, a los que primero se priva de su dignidad para luego ni siquiera respetar su integridad física».

Sí, a Catalunya hi ha violència. «La violencia más destructiva«, «una fina lluvia de odio» que cala mediante «agresiones psicológicas o simbólicas» con la «complicidad de las autoridades». Una «violencia por omisión» que nos priva de la neutralidad del espacio público y mediático, de poder estudiar o comerciar en nuestra lengua, de vivir sin ser espiados por los Mossos, de nuestra identidad y convivencia, de nuestra prosperidad económica, de nuestra reputación, de aquello que nos es debido por ley.

Esperem que això no acabi a Catalunya com va acabar a Alemanya. Y para que no suceda es necesario que todos -cada uno en lo que pueda- hagamos cotidianamente pequeños actos de dignidad. Como el de estos vecinos que han limpiado Capellades de símbolos de odio. Gràcies, dolços.

Dolça i violentada (pel nacionalisme) Catalunya…



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5 comentarios

  1. Vivo en Madrid, pero para mí sois héroes.
    Cuánta gente, sabéis, os apoya en silencio por miedo?
    Ánimo!!!!!!

  2. Gracias por esta fenomenal entrada.

  3. En País Vasco y Cataluña no hay libertad de expresión política y social. Democracia adulterada por poderes lazis, amparados por la progresía.
    Mucho asco.
    Abrazos a los valientes de la Resistencia!!!! Enhorabuena por otra acción de dignidad.

  4. Limpiando Santiago de Compostela de propaganda separata hispanófoba

  5. La gente tiene que levantarse contra este totalitarismo y tiene que hacerlo desde la individualidad y si no son capaces (por miedo) que al menos no olviden su cobardía.

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