Lo que de verdad dice la Iglesia del «dret a decidir»

Que es injusto.

Plaza-de-San-Pedro

El pasado septiembre Xavier Novell, obispo de Solsona, legitimó la posible secesión de Cataluña desde la radio de la Generalitat: «el derecho de las naciones es superior al bien moral de la unidad del Estado (…) Antes que la unidad de España es más importante el derecho de los pueblos a decidir”, que es como el nacionalismo denomina al derecho de autodeterminación.

Sin embargo, hace unos meses el obispo donostiarra José Ignacio Munilla decía en Radio María que la Iglesia no reconoce el derecho de secesión en países soberanos independientes. En el mismo sentido, el Secretario de la Conferencia Episcopal, mons. Martínez Camino, afirmó el pasado domingo que “la unidad de la nación española es un bien que hay que tratar con responsabilidad moral”, evitando actuaciones unilaterales.

Cuando la cuestión del independentismo satura la vida catalana; cuando las esteladas ondean sobre la cruz en muchos campanarios de Cataluña; cuando algunas entidades católicas impulsan la secesión, muchos cristianos se vuelven hacia sus pastores buscando orientación al respecto. ¿En qué quedamos? ¿Pertenece el separatismo al ámbito de lo opinable? ¿Es moralmente aceptable para un cristiano catalán promover la secesión de Cataluña?

La valoración del nacionalismo que hace la Iglesia es en general negativa. El nacionalismo es una ideología opuesta al patriotismo, un modo intrínsecamente desordenado de amor a la propia nación, que absolutiza una cultura y le arrebata su sentido relacional y participativo. El Compendio de la doctrina social subraya que las ideologías nacionalistas “obstaculizan la unidad de la familia humana” porque “niegan los valores propios de la persona en sus dimensiones material, espiritual, individual y comunitaria”. Sólo se tolera el nacionalismo en circunstancias en que se trate de defender y desarrollar la identidad amenazada de una nación.

En particular, la Iglesia –al igual que la ONU en su resolución 2625- no reconoce como absoluto un derecho de secesión unilateral. Un pueblo no puede desprenderse sin más de los lazos positivos históricos, religiosos, familiares, culturales y políticos que conforman su propia identidad. Por eso es moralmente inaceptable reclamar la independencia en virtud de la sola voluntad de una parte. Existen unos límites éticos, porque los procesos históricos que suponen vinculaciones legítimas no pueden ser unilateralmente ignorados, falsificados o puestos al servicio de ideologías. Además, el “derecho de secesión” lesiona tanto el derecho a la identidad de aquellos que no quieren separarse, como el derecho a la integridad y soberanía de la unidad de convivencia superior. Se trata, por tanto, de un “derecho” injusto que se vuelve contra las personas y genera conflictos.

¿Cómo aplica esto al caso del independentismo catalán? El nacionalismo basa su posición en que Cataluña es una nación, y España no lo es. Pero la cosa no es evidente. Cataluña no es la realidad homogénea que imagina el nacionalismo, y muchos creen que los derechos culturales que el catalanismo reclama para sí son negados a gran parte de su población. Por otro lado, el devenir histórico afirma el derecho de los españoles a su integridad y soberanía como nación. Es significativo que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI se hayan referido muchísimas veces a España como “nación” –no como “Estado”-, condición que en general le niega el catalanismo.

Conviene aquí recordar la alocución de Juan Pablo II al Cuerpo Diplomático en Budapest (1991): “Yo he apelado muchas veces al respeto de los derechos de todas las naciones, de todas las minorías: ellas tienen que aceptar la constitución del país que las contiene, pero los gobiernos les tienen que reconocer derechos iguales, incluido el derecho a usar su lengua materna, a disfrutar de una justa autonomía y a mantener su propia cultura”.

En conclusión: como cristianos catalanes proclamemos que el amor a la patria puede darse plenamente fuera de opciones nacionalistas; no absoluticemos la unidad de España, pero tampoco la ignoremos; rechacemos el “dret a decidir” por insolidario e ideologizado; reconozcamos la inmoralidad de la secesión unilateral; desarrollemos nuestra autonomía alegre y lealmente; acatemos la Constitución; reconozcamos la pluralidad de Cataluña; y permitamos usar su lengua materna castellana a quien lo desee en la enseñanza y la vida pública. Olvidemos, en fin, el nacionalismo que va camino de anular a Cataluña, y redescubramos nuestra vocación histórica de participar en lo grande a través de lo pequeño.

dolca



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