De la pèrdua de la fe cristiana arribem a les ideologies, i d’allí al nihilisme. Ara entenem millor el nacionalisme.

A los 23 años publicó su primera novelita, dijeron que era el «nuevo Gógol», lo introdujeron en los círculos intelectuales de San Petersburgo, le vendieron las ideologías socialistas de turno. Conspiró, lo pillaron, lo condenaron a muerte y el zar le indultó ya en el patíbulo, enviándolo 4 años a Siberia con grillos de 5kg en los pies, y otros 4 años de soldado raso en Semipalatinsk, hoy Kazajstán. Una mujer le regaló el Nuevo Testamento; lo leyó cada noche, acostándolo bajo su almohada.

I va veure que el socialisme que professava era fals, i va descobrir una vida més alta, i va recobrar la fe de la seva infància, la que le enseñaron sus padres y le inspiraban los campesinos, la que flotaba en los bosques y en las veladas familiares. Lo hizo gracias al «contacto inmediato con el pueblo, la fraternal unión con él en la común desdicha, la idea que uno también se había vuelto pueblo, hallándose a su mismo nivel y hasta más abajo». Así fue: «las peores gentes de la casa de los muertos devolvieron a Dostoyevski lo que le quitaron las mejores gentes de la intelectualidad«, dijo uno de sus críticos.

Nos dejó Crimen y castigo, El idiota, Demonios, Humillados y ofendidos, Los hermanos Karamázov. La vida no es la misma después de haber conocido a los personajes del profeta epiléptico, que tanto nos enseñó acerca del nacionalismo como «pasatiempo de ociosos señores de club», de su síndrome de Smerdiakov,  su «amor negativo», su violencia burguesa, su mentirse a sí mismo hasta dejar de amar y odiar la verdad.

Avui portem una il.luminadora reflexió de Dostoyevski del desembre del 1876:

«Sin fe en el alma y su inmortalidad, la vida del hombre resulta antinatural, absurda e insufrible. (…) Poco a poco, de tanto pensar en su falta de finalidad, de tanto odiar la muda inercia que le rodea, llega (…) a la conclusión inevitable de la absoluta estupidez de la existencia del hombre en la Tierra. (…)

Uno de los más pavorosos peligros para nuestro futuro y para un futuro muy próximo consiste precisamente en que, a juicio mío, en grande, en grandísima parte de la clase intelectual rusa, por efecto de cierta extraña, especial… predestinación, irá arraigando cada vez más, y con extraordinaria y progresiva rapidez, una absoluta falta de fe en el alma y su inmortalidad (…) que cuaja en un universal y extraño indiferentismo para esa alta idea de la existencia humana (…) para todo lo vital, para la verdad de la vida, para todo cuanto da y sustenta la vida, y la mantiene sana, suprime la descomposición y la putrefacción. (…) 

Sin una idea elevada no pueden existir ni el hombre ni la nación. Pero la idea elevada en la tierra es ‘solo una’, a saber: la idea de la inmortalidad del alma humana, porque todas las demás ideas elevadas de la vida con que puede vivir el hombre, derívanse únicamente de ella. (…) El mal estriba únicamente en haber perdido la fe en la inmortalidad».

I què fa la persona, les nacions que han abandonat aquesta idea de la immortalitat de l’ànima?

«Busca con ahínco la paz de su alma; ansía encontrarla en el amor a la Humanidad: ‘No yo, sino la Humanidad, será la que pueda ser feliz alguna vez y alcanzar la armonía. Esta idea podría sujetarme a la Tierra'».

Aquí tenemos el origen de todas las ideologías que hoy nos rodean: nacionalismo, socialismo, capitalismo, generismo, climatismo… Pero Dostoyevski va más allá, y anticipa la llegada del nihilismo:

«La inquebrantable convicción de que la vida de la Humanidad se reduce, en realidad, a un momento (…) y que al día siguiente de haber alcanzado la armonía (dando por sentado que crea en lo asequible de ese sueño) volvería la Humanidad a reducirse a cero (…) en virtud de las ciegas leyes de la naturaleza, y eso después de tantos sufrimientos soportados por lograr esos ensueños (…) por ese mismo amor (…) mata en él incluso el amor a la Humanidad (…) la conciencia de la absoluta incapacidad para prestar alguna ayuda o proporcionar alguna utilidad o alivio a la Humanidad en sus dolores… puede incluso convertir en odio vuestro amor a la Humanidad».

Y así es cómo por la pérdida de la fe llegamos a las ideologías, y de estas al nihilismo del odio:

«El amor a la Humanidad es hasta todo punto absurdo, incomprensible y absolutamente imposible, como no vaya acompañado de la fe en la inmortalidad del alma humana. Esos mismos que al quitarle al hombre la fe en su inmortalidad quieren colmar ese vacío en el sentido de un fin elevado de la vida con el amor a la Humanidad, esos tales alzan las manos contra ellos mismos, porque en vez de amor siembran en el corazón del que perdió la fe gérmenes de odio a la Humanidad«.

N’hi ha dolços que no entenen que parlem tranquil.lament de la fe. Potser ara ja està clar. Sin una idea elevada de la vida no es posible la vida individual, y menos la nacional. El nacionalismo verdadero solo anida cuando se extirpa la fe… y conduce siempre al odio. No ho oblidem.

Dolça i odiadora Catalunya…

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