Nuestros mejores.

Quizás un día regrese a morir a España en una camilla, envuelto en plástico y entre la incomprensión y el desprecio de miles de sus compatriotas, como sucedió este verano con los misioneros de San Juan de Dios. Pero hoy no; hoy viene a remover conciencias con la palabra.

Nació en Córdoba y ahora vive a 6.000 km de su casa. A los 27 años se marchó con una tribu africana; ahora tiene 60, lleva 2 infartos, 7 muelles en el corazón y padece malaria. Su hígado es un coladero. Vive en una casa sin electricidad ni agua corriente. Come mono, boa o lo que encuentren ese día sus hermanos pobres de Bangassou, en la República Centroafricana. Es el obispo de una región donde la gente muere antes de cumplir 48. Pero sonríe cuando piensa en su lema episcopal, No tengáis miedo, y en su canción episcopal, el Resistiré del Dúo Dinámico. La canta en 5 idiomas.

Ha hecho frente a Joseph Kony y su fanático LRA; a los islamistas Seleka, que hace un año lo robaron todo menos la esperanza; a los anti-balaka y otros pistoleros del miedo. Pero él siempre estaba allí, porque el buen pastor no abandona jamás a su pueblo, y porque la luz de la Iglesia no se apaga nunca.

Ha puesto una barcaza para que los niños puedan cruzar el río sin ser devorados por los caimanes. Lleva al corazón de África leche en polvo de empresas españolas -menciona a «la Hero de Alcantarilla» y nosotros así lo reproducimos- para arrancar de su destino de muerte a los bebés de su diócesis. Cuida a miles de enfermos de malaria y de sida, que en África mueren por millones cada año. ¿El ébola? Hace 40 años que existe en 5 países, y los españoles sólo se preocupan de él porque hay 1 infectado en Madrid. Y el hambre… «si el hambre fuera contagiosa ya tendría remedio», dice el misionero.

Un día le trajeron a Miriam. Tenía 2 días de vida. Su madre había muerto en el parto, y su padre la traía en una bolsa: «si no la quiere, tírela a la basura». Hoy tiene 9 años y en la foto está preciosa, sonriendo con sus amigas, hijas de niñas que fueron violadas a los 13 años. El misionero organiza partidos de fútbol entre todas las confesiones: ayuda a miles de refugiados que llegan del Congo; protege a viejas seniles acusadas de brujería; lava, perfuma y mima a los terminales de sida que le traen en una carretilla cuando ya pesan sólo 40 kg.

Ha ordenado a 43 sacerdotes, y dirige a 60 seminaristas. «¿Crisis de vocaciones? Será en la materialista Europa. En África, Asia y América florece la alegría de la fe». Cuando acaba de hablar, el Patio de Columnas del Colegio de Abogados de Barcelona revienta en aplausos. Son para los 13.000 misioneros españoles que, como el padre Juan José Aguirre, un día lo dejaron todo y se entregaron para siempre a los más pobres. Y para quienes, como Ayuda a la Iglesia Necesitada, les socorren desde aquí con oraciones y donativos.

En el fondo de la sala, mientras todavía arden los aplausos, alguien se seca una lágrima y arruga un periódico con fotos de políticos. Todavía piensa en Miriam.

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