Los discapacitados representan al aire libre el nacimiento del hijo de Dios.
Como cada año en las tardes de los dos sábados cercanos a la Navidad, los barceloneses han podido disfrutar de la tradición del pesebre viviente junto al parque Güell. En el Cottolengo del Padre Alegre, las monjitas cuidan de aquellos que la sociedad rechaza. Son tarados, tullidos, paralíticos cerebrales, trastornados, subnormales, débiles mentales, autistas, retrasados. Aquellos que la ley del aborto permite matar antes de que nazcan. Los «renglones torcidos de Dios», como gustaba de llamarles Torcuato Luca de Tena, porque con ellos Dios escribe derecho para todo el que sepa leer con el corazón.
Las monjitas reciben a las familias visitantes con sonrisas y una cesta de huevos de chocolate, que ofrecen a los niños. Han vuelto a montar el belén. Los niños se apiñan a su alrededor, contemplando los detalles del nacimiento.
Pero el belén de verdad se arma fuera, en la terraza. Se acaban los villancicos y una voz recuerda que «Dios quiso acercarse tanto al hombre, que se hizo uno de ellos». Y esta tarde en el Cottolengo, al raso, Dios se hace tullido y retrasado por nosotros. En lo alto de la terraza, junto a los alegres actores y bajo una escultura del Sagrado Corazón, hay una inscripción que dice: «Venid a mi los que andáis agobiados de trabajos y cargas, que yo os aliviaré».
Al salir, alguno se asoma a los dormitorios. En cada cama, las monjitas han puesto un niño Jesús.
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