Y la vida de España no depende de un artículo de la Constitución.
Decía Tomás de Aquino que la ley es una ordenación de la razón enderezada al bien común y promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad. Para que la voluntad del legislador tenga fuerza de ley, debe estar regulada por la razón; de lo contrario, la ley se convierte en iniquidad y violencia. Por eso es cierto que los pueblos deben obedecer las leyes, pero no por ser ley, sino porque el legislador acata la justicia y persigue el bien común.
Un juicio sobre la Constitución de 1978 debe tener en cuenta lo anterior. Sea cual sea, parece claro que ninguna Constitución es un bien absoluto. Sus límites e inconvenientes han tenido parte en la crisis moral, institucional, política, social y nacional de España. Pero quizás ha sido peor su inobservancia, porque parece cierto que en los últimos años las personas han contribuido a empeorar las cosas. Los gobiernos no han tratado con la consideración debida a la nación y se han empeñado en subvertir la sociedad. No ha habido ningún pensamiento grande, se ha fomentado la lucha cainita de partidos, se han concentrado los poderes, se ha ahogado la vida espiritual, social y familiar, se ha violado la ley, y la Administración se ha entrometido en todos los resquicios de la comunidad. Esto ha pasado de forma muy significativa en Cataluña.
Frente a la ideología nacionalista no es adecuado basar la realidad de España únicamente en la Constitución. España tiene vida propia, y ésta no se asienta sobre los artículos de la Constitución. «¡Ay de lo que no tiene más apoyo que el texto de la ley!», advertía Balmes. Si España «se contenta con decir: ‘Mi vida está en un artículo de la Constitución’, su causa está fallada, porque un pueblo no vive de las formas políticas y decretos; pero si aspira a tener una vida propia, a desenvolver, a fecundar, a combinar, a organizar los elementos religiosos, sociales y políticos que encierra», entonces los españoles podremos aventurarnos en cualquier empresa y vivir una vida viva.
A eso debemos dedicar nuestras energías.
Mientras tanto, quizás la Constitución aparezca como un mal que evite ahora males mucho mayores. Hoy esa norma contribuye a poner de manifiesto la injusticia del nacionalismo. Por eso muchos catalanes saldrán hoy a la calle. El que se una a ellos comprobará que la gran mayoría se manifiesta por algo más profundo y anterior a la Constitución; la gran mayoría estará a las 12:00 en la Plaza Urquinaona para poder seguir contando a sus hijos lo mismo que a ellos les contaron sus padres: que Som Catalunya y Somos España.
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