La covardia del Motxo i companys colpistes és típica del nacionalisme. 

Se’n recorda? Nos prometieron «arribar fins al final», y a la que a 600km activaron el art. 155 unos se fueron a su casita y otros se fugaron escondidos en el maletero del coche. Nadie en la Generalitat para izar la cubana, nadie en el parlament para defender «la seu de la sobirania catalana», com diuen ells. Tots fent-se caquetes. Como las que se hicieron cuanto cantaron la Traviata y dijeron al Tribunal Supremo que todo era una bromita. Covards.

Però no deu sobtar-nos: la cobardía es la actitud histórica del nacionalismo. Veamos lo que pasó el 6-10-34, cuando Companys salió al balcón y proclamó «el Estat Català dentro de la República Federal Española».

Era un golpe de Estado. «Ahora no podrán decirme que no soy nacionalista», le dijo Santcompanys al diputado Soler y Pla que le estrechaba la mano felicitándole, en medio de la borrachera de frenesí. Cuando llegó el ejército a la plaza San Jaime eran las 10 de la noche;  los Mozos de Escuadra de Pérez Farrás dispararon y mataron al comandante Suárez y a un soldado, dejando varios heridos graves. Desde la Generalitat, Ayuntamiento y terrados adyacentes se hizo intensísimo fuego contra la tropa.

El laureado capitán Lizcano de la Rosa subió a una azotea, emplazó 2 ametralladoras y pudo acallar el fuego de los terrados, que fueron despejándose. Se pudo entonces montar 2 piezas de artillería en la plaza y se disparó contra la Generalitat y el Ayuntamiento procurando «hacer el menor daño posible». Los escamots huían como conejos, igual que los diputados: «confiaban más en la traición ajena que en el propio valor». Por las alcantarillas huyeron Dencás (consejero de Gobernación), España, Guarner y algún otro; «no es que los cabecillas separatistas abandonasen a los suyos en el fragor de la pelea. Es que huían de sus propios partidarios». Cuenta Enrique de Angulo, corresponsal de El Debate en Barcelona, que Dencás «cayó en el arroyo de aguas residuales y fue arrastrado entre los detritus e inmundicias de la ciudad, de donde fue sacado con la natural repugnancia por sus compañeros». Quin deshonor.

Angulo nos explica también lo que sucedió con los valientes separatistas del ayuntamiento:

«En aquellos momentos de desesperación y apuro, cuando a oscuras, corrían de un lado a otro los concejales y empleados de la Casa, en uno de los pasillos tropezaron dos individuos que a gatas discurrían. Era tal la turbación y el nerviosismo que les dominaba, que a pesar de que uno de ellos quiso averiguar por todos los medios con quién había tropezado, éste, balbuciente y tembloroso, no pudo, aunque lo intentó largo tiempo, pronunciar su nombre y apellido. (…)

Alguien que llevaba la prevenida bandera tricolor para izarla en el balcón principal en el instante del rendimiento, exclamó, quizás medio en sorna, ante un grupo de personalidades: ‘Aquí tengo la bandera republicana para el momento de la rendición, pero voy a buscar dónde está guardada la bandera bicolor, porque no sabemos qué intención ni qué exigencias tendrán los militares que nos bombardean’. Y todos inclinaron la cabeza, asintiendo ante la grandiosidad del trágico momento».

La rebelión del ayuntamiento acabó cuando el comandante Fernández Unzué entro solo y sin escolta en el edificio. «Algunos concejales lloraban. Todos estaban lívidos (…) les tendió su mano y trató a los vencidos con una caballerosidad realmente inesperada».

Encara un altre detall de la covardia nacionalista: «De los concejales de la Esquerra (ERC), tan solo uno consiguió escapar en los últimos momentos. Por la parte trasera del edificio salió en una camilla de la ambulancia sanitaria cual si se tratara de un herido en la contienda, acompañado de sus dos secretarios que vestían batas de enfermeros».

¡Qué contraste entre la cobardía nacionalista, dispuesta a matar pero cobarde redomada cuando le plantan cara, y el coraje de los soldados! Qué poco han cambiado las cosas en los últimos 80 años.

Dolça i covarda Catalunya…

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