Viven en un mundo emotivo donde la razón no existe.

Es una experiencia recurrente que muchos dolços vivimos a menudo: argumentar con un separata es, en la mayor parte de los casos, como hablar con una pared.

Él te larga un par de eslóganes y prejuicios debidamente preparados por la corte de llepasubvens en que se ha convertido la Generalitat prusesista. «Ahora es la mía -pensamos- lo que dice no tiene pies ni cabeza, tengo mil datos, históricos, lingüísticos, sociológicos, económicos, que van a demostrarle que el discurso separatista es una estafa». Y se los explicamos con la mejor de las sonrisas posibles, intentando no herirle pero sin dejar uno solo de sus eslóganes intacto; todos van cayendo como lo que son: mentiras, falacias, ensoñaciones.

Nuestro buen separata se ha quedado sin argumentos, busca en su mochila de tópicos y está vacía. ¿Se rendirá? ¿Reconocerá que estaba en el error y nos agradecerá el que le hayamos sacado del mismo?

En la mayoría de las ocasiones el separata se queda sin palabras, pero aún así persiste tozudamente en su creencia de que la secesión nos traerá el paraíso en la tierra, Catadisney. Es un puro acto de fe contra toda evidencia, una adhesión irracional, puro pensamiento mágico, puro emotivismo.

Manuel Arias Maldonado acaba de publicar un libro interesante, La democracia sentimental, en el que aborda la creciente importancia de las emociones en política y cómo amenazan la estructura de contrapoderes que define nuestro sistema político y preserva nuestras libertades. Arias nos recuerda, a partir de lo que nos dice la neurociencia, que «el afecto precede a la cognición« y que, en consecuencia, nuestras convicciones vienen conformadas por nuestras emociones y sentimientos. Nuestras posturas se definen a menudo de modo intuitivo a partir de ese humus emocional en el que hemos crecido.

Si pensamos en nuestro separata de antes, que ha pasado sus largos años escolares sometido al adoctrinamiento nacionalista constante, que sigue siendo adoctrinado por los medios de comunicación nacionalista, tanto los públicos como los concertados, cuyos sentimientos y emociones han sido modelados para encajar en el molde nacionalista, es lógico que perciba la argumentación como una agresión y que se repliegue, al ver amenazadas sus certezas, en una adhesión irracional a sus emociones nacionalistas. Claudicar, reconocer que sus afectos y emociones están basados en la mentira, es algo inconcebible, lo propio de un traidor a lo que uno más ama.

Así se entiende la impermeabilidad de muchos separatistas (por suerte no todos, los hay lo suficientemente valientes como para atreverse a replantearse sus creencias) a la argumentación, su adhesión fanática a l’idolet de lanació. Así se comprende también que el destino de esas iniciativas que pretenden arreglar el problema separatista solamente con más dinero o inversiones en Cataluña es el fracaso. Inviértase lo que sea justo y conveniente, pero el problema está en otro lado. El problema radica en que miles de catalanes crecen inmersos en un clima de odio a España y de adhesión a un fetiche, lanació catalana, que exige el sacrificio del raciocinio de sus fieles. Mientras no se cambie esto ya pueden hacer carreteras, trenes y lo que quieran en Cataluña, que el separatismo persistirá.

Ho tenim clar, sr. Rajoi i sra. Soraia?

Dolça i emotiva Catalunya

Categories: Huid del nacionalismo, Pensando bien

Tags: catadisney, catalan nationalism, Dolça Catalunya, dolcacatalunya, Manuel Arias Maldonado, Nacionalismo catalán