La maquinaria de control social y propaganda del separatismo está bien engrasada y funciona a pleno rendimiento. Su apoyo social y electoral se mantiene en máximos. Su ejército de liberados permanece en puestos bien remunerados. Sus embajadas han reabierto. Su apropiación de las instituciones es cada día más descarada, y su acoso a la oposición se ha incrementado. El Gobierno no sólo no impide sus abusos, sino que hace todo lo posible para que queden impunes, maniatando a la Fiscalía, a la Abogacía del Estado y a la Alta Inspección educativa. Los catalanes no nacionalistas siguen desamparados.

El llamado bloque constitucional, si alguna vez existió, está roto. En parte por interés y en parte por convicción, el PSC y el PSOE han vuelto a su antigua estrategia de pactos y cesiones. Asumen el marco mental y las premisas del nacionalismo, y se le unen en la demonización de la oposición. La mayoría de medios de la izquierda, así como sus intelectuales y líderes de opinión, suavizan las críticas al nacionalismo, cierran los ojos ante sus fechorías, y prefieren concentrarse en alertarnos contra el peligro que suponen “las derechas”.

La torpeza e indolencia del Gobierno anterior pasará una factura electoral enorme al Partido Popular. Al crecimiento de Ciudadanos se une ahora la irrupción de Vox. Pedro Sánchez, divide et impera, se alza sobre la división del centro derecha para regocijo de sus aliados. Cuando la noche del 28A se hagan evidentes los efectos de la Ley Electoral, en las sedes de Bildu, ERC y en la Casa de la República de Waterloo se descorcharán botellas de champagne.

La extrema izquierda sigue donde estaba, firmemente unida al nacionalismo contra el enemigo común: la democracia española. Los que recuerdan constantemente que el 53% de los catalanes no quiere la independencia olvidan que aproximadamente un 8% de ese voto pertenece a los Comuns, movimiento que los separatistas han infiltrado y puesto a su servicio. UnPablo Iglesias hipotecado con la independentista Caixa d’Enginyers ha colocado al frente de su lista por Barcelona a Jaume Asens, el abogado de terroristas que recomendó a Carles Puigdemont huir a Bélgica.

Después de haber dado un golpe contra la democracia y llevado a la sociedad catalana al borde del enfrentamiento civil, el nacionalismo se dispone a iniciar una negociación con el Gobierno para aumentar su poder y asegurar su impunidad en los próximos años. Como hemos podido comprobar en los últimos meses, las cesiones del PSC-PSOE no sólo serán materiales, sino también simbólicas y discursivas. Contra toda evidencia, los socialistas siguen creyendo que con más renuncias y juegos de palabras domesticarán al dragón.

Una parte de la sociedad española prefiere la mentira reconfortante de que el “diálogo” encauzará el conflicto a la verdad incómoda de que ya hemos superado un punto de no retorno. Si quiere sobrevivir y no se practica el harakiri que le prescribeMiquel Iceta, España tendrá que enfrentarse al nacionalismo tarde o temprano. No será con el próximo Gobierno. Si las encuestas aciertan, el 28A el separatismo gana la batalla».