Los dirigentes nacionalistas, más propios de un manicomio que de un país normal.
Hace tiempo que el nacionalismo catalán se asemeja, cada vez mas, a un circo tronado, una feria en la que compiten la mujer barbuda y el tragasables, un manicomio en el que cada loco sigue con su tema, ciego a la realidad que le rodea y convencido de que él es el centro del mundo.
Esta semana hemos tenido al menos dos nuevas muestras de este espectáculo, que parece no tener fin. Por un lado, Jordi Pujol, aquejado del síndrome del Rey Sol, afirma que Cataluña ya no confía en España. Estamos ante una patología muy definida: el Estado soy yo, o en este caso, Cataluña soy yo. Es muy probable que Pujol no confíe en España, de hecho sospechamos que nunca ha confiado, pero ¿quién se ha creído Pujol que es para hablar en nombre de Cataluña? Cataluña, afortunadamente, es mucho más que este nuevo Rey Sol y su corte de familiares corruptos; es también los millones de catalanes que confían en sus compatriotas españoles. Un expresidente resentido y con ínfulas de grandeza no podrá nunca ocultarlo.
Tras las declaraciones del patriarca, el Gandhi catalán (¿o era Martin Luther King?), se ha despachado explicando que no comprende por qué, ante el desafío independentista, el gobierno de España no le hace ninguna buena oferta. Es enternecedor. ¿De verdad Mas esperaba que el gobierno español le ofreciese la independencia, un plan de pensiones privado, un viaje al Caribe y, ya que estamos en estas fechas, un lote de Navidad? Alguien debería tener una conversación seria con Artur Mas, empezar por el ratoncito Pérez, seguir por los Reyes Magos y acabar con el derecho a la secesión. ¡Ah! Y antes de pretender entender el comportamiento del gobierno español, podría intentar entender el comportamiento del electorado catalán, que cada vez le vota menos.
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Sin hablar de todos los tejemanejes de Marta «Això és una dona» Ferrusola. En el Camp Nou aún esperan que enraice la hierba que les suministró… Però segur que va cobrar l´encarrec, oi?