La idolatria nacionalista ensulsia Catalunya.

El nacionalismo es una ideología del siglo XIX inventada por hieródulos acédicos de gabinete. De esos había muchos en Alemania y Francia deseosos de traernos el paraíso a la tierra; perquè com tota ideologia, el nacionalisme és un sucedani religiós. Lo malo es que lo de salvar al hombre inmersionándolo en lallengua, lanació y demás dogmas nacionalistas no funciona, no llena, no salva, y acaba volviéndose contra los catalanes. Es lo que el  gigante Gustave Thibon resumía con el aforismo que no nos cansamos de repetir, adaptándolo a nuestra tierra: la idolatría nacionalista de Cataluña acaba por destruir Cataluña.

Gregorio Morán se ha dado cuenta en su columna de VozPópuli:

«Lo primero que hicieron los recién estrenados diputados del Parlament catalán fue subirse el sueldo. Al tiempo incrementaron los emolumentos del President de la Generalidad. Actualmente son los más altos de toda España y el que salga President gozará de un sueldo superior al del presidente del Gobierno español. (…) los ciudadanos contemplamos lo más parecido a un privilegio de casta. (…)

El sínodo para la elección de nuevo Papa en Cataluña se dirime pues en las parroquias del verdadero dios y la auténtica religión, cuyo primer principio es la independencia. (…) Aquí no se discute si vamos a seguir como siempre y mandando los de siempre, porque eso es una obviedad, pero no lo es tanto quiénes van a ejercer de letrados, amanuenses, mayordomos y demás parafernalia humana que acompaña al poder y amaña lo que puede, que suele ser mucho y muy repartido. Quítale a Junts, con sede en Waterloo, su red clientelar y no queda partido. (…)

Ninguna autonomía ha vacunado menos que Cataluña y sufrimos un 20 % superior de contagiados, pero no inquietarse, la religión verdadera servirá de escudo. Respecto a los viejos, muy dados al escepticismo, aunque estén cayendo como moscas, ya se encargarán en el Más Allá de ponerles sesiones de TV3, que es el infierno que se merecen. (…)

Cuando decimos que esto se desmorona se nos olvida añadir que lo hace sobre nuestras cabezas y que los creyentes contemplan, con fe no exenta de satisfacción, cómo nos cubren los escombros». 

Estos son los efectos de la pompática superstición nacionalista. Superémosla antes de que nos entierre.

Dolça i supersticiosa Catalunya…

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