Isidre Gríful va aconseguir fugir de la Catalunya de Santcompanys.

Entre octubre y noviembre de 1937 el jesuita catalán Isidro Gríful publicó en el parisino La Croix sus memorias de lo que vivió en la Cataluña de Lluís Companys. Las llamó Evadé d’Espagne, perquè el pare Gríful va haver de fugar-se del paradís que ens havia muntat el govern nacionalista-comunista-anarquista de la Generalitat. En Gríful dirigia l’Obra d’Exercicis a Barcelona.

En 1956 sus memorias se publicaron en español con el título A los veinte años de aquello. En el prólogo advertía al lector: «con sumo gusto te llevaré hasta el centro y corazón de Cataluña y te diré cuanto me aconteció desde julio a diciembre de 1936″. De fet el jesuita va deixar Barcelona el dia 15 de juliol per anar a prendre les aigües a Sant Hilari de Sacalm, donde le pilló la guerra. Estas son algunas de las cosas que cuenta:

• La ceguera burguesa: «la historia se repite una vez más: cuando los bárbaros llaman a las puertas de Roma, los patricios se divierten como si nada ocurriera».
• No quedó una sola iglesia catalana sin arder: «Unas después de otras, todas las iglesias, cualesquiera que fueran, las grandes de las ciudades importantes, las pequeñas de los pueblos y aldeas, y hasta las más modestas capillas, todas fueron inexorablemente pasadas por las llamas. (…) Por varios días vimos arder las montañas con los incendios de esas ermitas y capillas. Parecían gigantescas antorchas funerarias que iluminaban el gran luto de mi patria». La de San Hilario de Sacalm la destrozaron y convirtieron en mercado público y obligaron a asistir a los católicos del pueblo, bajo pena de sanciones. De las campañas de todas las iglesias hicieron munción.
• Destruyeron el patrimonio artístico de Cataluña: «¿Qué parte del patrimonio artístico-religioso de Cataluña fue así destruido? ¿Lo sabremos algún día?».
• Matar a todos los curas, sobre todo a los santos: «En toda Cataluña, hasta en las más pequeñas aldeas, se procedió a la organizada matanza de frailes, sacerdotes y católicos de acción. El presidente del Comité revolucionario de San Hilario confesaba haber recibido, al igual que los demás jefes de Comités de la provincia, la consigna más neta e inexorable sobre este punto: ‘Cuando se trate de curas, sin compasión, ningún prisionero; hay que matarlos a todos, absolutamente y sin contemplaciones (…) y primero, a aquellos a quienes llamáis buenos y santos’ (…) Por fortuna, no hubo apóstatas».
• ¡A las mariscadas!: «antes de marcharse [del pueblo los milicianos] se repartieron valerosamente por los diferentes hoteles para reponer sus fuerzas mediante una buena comida a cargo de cada hotelero y en honor de la revolución».
• Vich, ciudad del terror: «Si en alguna parte la persecución religiosa revistió caracteres extraordinarios en amplitud, profundidad y ensañamiento, fue ciertamente en aquella levítica ciudad». El fusilamiento del canónigo Juan Lladó vale la pena conocerlo.
• La crueldad de las milicianas. En Figueras el padre Gríful oyó este comentario entre los milicianos del comité regional: «estas mujeres son más feroces que los hombres; más que mujeres son arpías y fieras salvajes».
• Los pueblos cambiaban de nombre: San Juan de las Abadesas «por tener un nombre que comenzaba por ‘San’, por orden de los sin-dios (…) se llamaba Brisas del Ter».
• El Gobierno fue culpable: «Yo acuso formalmente a aquel gobierno de haber fomentado tales crímenes (…) Eran los guardias de asalto al servicio de la autoridad quienes desamaban únicamente a los hombres de derecha. (…) Ellos, en fin, eran los que asesinaban o mataban inexorablemente a cualquier valiente que intentara oponerse a la destrucción. Sí, el gobierno rojo (…) es completa y netamente responsable de la destrucción del patrimonio religioso de mi patria y del asesinato de sus sacerdotes».
• Companys, culpable: «el presidente del gobierno de Cataluña acabó por quejarse de ello [de las matanzas], afirmando que si aquellas matanzas continuaban él abandonaría su cargo, no queriendo ser responsable de aquello desórdenes que él mismo antes había fomentado; pero … no insistió más, y las matanzas continuaron». Y Companys continuó también presidiendo la Gene.
• El efecto deshumanizador de las ideologías: » Con propagandas similares en mítines, prensa y radio se preparaba aquella hecatombe¡Cómo oscureció las mentes un ideal político, tan respetable como se quiera, que vio en los mártires a unos enemigos, cuando en realidad la mayor parte de ellos vivían al margen de toda política y aún algunos eran simpatizantes de aquel!».

El relato de Gríful acaba con una reflexión interesante: «¡Dichosa España! (…) porque ha acreditado su ya brillante martirologio con millares de héroes». I segueix el poema de Paul Claudel A los mártires españoles.

Gríful regresó a Cataluña. I ací ve un fet força curiós: va ser ell qui va confessar en Companys abans del seu ajusticiament l’octubre del 1940: «tras una larga conversación con el sacerdote pidió confesión, acolitó en misa (de pequeño había sido monaguillo) y comulgó. Los últimos escritos de Companys están llenos de referencias espirituales y a Dios», explica Barraycoa en su imbatible Los (des)controlados de Companys. Gríful acompañó al expresidente hasta el mismo paredón.

Doncs aquesta era la Catalunya de Santcompanys y este fue el padre Gríful, perseguido a muerte por los esbirros de Companys y el encargado después de absolverle de sus matanzas. Quines coses que veurem al cel!

Dolça i perdonada Catalunya…

Categories: Historia, Huid del nacionalismo

Tags: Isidro Gríful, Lluís Companys, Paul Claudel