Conegui la vida plena del Dr. Nagai, el «gandhi japonès» que sobrevisqué a la bomba atòmica.

En 1597 el dictador japonés Hideyoshi proscribió el cristianismo y se dedicó a exterminar a los cristianos. A 26 de ellos los hizo caminar 30 días de invierno de Kioto a Nagasaki. Los crucificaron en la colina de Nishizaka y murieron cantando, con Pablo Miki -hijo de un general del ejército- perdonando a sus asesinos. Tokugawa, el sucesor de Hideyoshi, recrudeció la persecución con sofisticadas torturas. Des del 1614 els cristians van passar a la clandestinitat, sense capellans ni sacraments. Cuando en 1864 el padre Petitjean llegó a Nagasaki se le presentaron unas japonesas preguntándole dónde estaba la Virgen María: eran cristianos clandestinos y buscaban cerciorarse de que aquella era la Iglesia que conocieron sus antepasados, a la cual esperaban reconocer por el celibato sacerdotal, la Virgen y la obediencia al Papa de Roma.

El 1867 el govern va descobrir els cristians i els van empresonar, torturar i assassinar; però la pressió internacional va aconseguir que terminés el genocidi, i els cristians van retornar a Nagasaki, on van aixecar una senzilla catedral el 1917.

Un tal Takashi Nagai, joven descendiente de samuráis, budista zen y después ateo, se convirtió al cristianismo y se bautizó en esa catedral en 1934 con el nombre de Pablo Miki. Nagai era médico, le apasionaba la radiología y leía a Pascal. Fue un héroe de la guerra de Manchuria, pero su pasión eran los enfermos y la docencia en el hospital universitario.

A principios de 1945 a Nagai le detectaron cáncer por sobreexposición a rayos gamma debido a su profesión. El 9 d’agost del 1945 un B-29 Bock’s Car nordamericà va llançar la bomba atòmica sobre Nagasaki, matando en el instante a 72.000 hombres, mujeres y niños. Nagai estaba en el hospital de la ciudad; su mujer Midori quedó calcinada al instante, toda piel humana en un radio de 4 km quedó abrasada; en el hospital el 80% de pacientes y médicos perdió la vida. Pero Nagai se salvó. Un cristal había segado su arteria temporal y salía sangre a borbotones. En el desconcierto, Nagai agarró un trozo de sábana blanca, se quitó de la cabeza el vendaje empapado en sangre y lo escurrió sobre el trapo, formando un tosco círculo rojo. Ahí estaba el hinomaru, la bandera de Japón, que ató a un poste de bambú. «De repente nos encontramos con un cuartel general en torno al que unirnos», recuerda la enfermera Hisamatsu.

Nagai, enfermo de muerte por la enfermedad atómica, con el bazo y el hígado hinchados descomunalmente, inició la reconstrucción moral de la ciudad, convertida en un calcinado desierto. Construyó una cabañita entre las cenizas del barrio de Urakami, donde habían muerto 8.000 católicos. Què havia passat? «Nos hemos vuelto a los ídolos y olvidado el amor», explicaba Nagai hablando de la humanidad que «daba culto a las imágenes de la propia mente , que están hechas por el hombre y tienden a convertirse en ídolos». El doctor publicó el primer estudio científico del mundo sobre los efectos de la bomba atómica y dirigió la reconstrucción de la catedral.

Pero la radiación atómica había agravado la leucemia, y desde 1946 Nagai quedó confinado en cama, en su cabañita pobre de 6 m2. No dejaba de trabajar, y estaba convencido de que «las víctimas de la bomba atómica no debemos compadecernos de nosotros. Tenemos trabajo que hacer, cada uno el que pueda. Todos, incluso los enfermos, podemos hacer algo». Hasta que murió en 1951, el dr. Nagai escribió 20 libros, casi todos superventas. A sus 2 hijos pequeñitos les recomendaba que «no viváis negativamente ni movidos por un ciego destino; vivid amando y con sentido».

Creía que el dolor aceptado con elegancia perfecciona el corazón del hombre, y rechazaba valorar al hombre con criterios funcionales: «No es la utilidad la que importa. Nuestras vidas adquieren su valor si aceptamos de buen grado la situación en que nos ha colocado la Providencia y si seguimos viviendo en el amor. El enfermo que lo haya entendido así vivirá una vida tan plena que no habrá ocasión de morbosos deseos de muerte». Al científico moribundo le empezaron a llamar «el Gandhi de Nyokodo».

¿Qué pensaba del pacifismo? Su biógrafo cuenta que

«sentía un hondo desprecio hacia las muchedumbres que se dedicaban a lanzar consignas: gente superficial que eludía el esfuerzo que exigía abordar los asuntos que la llevaban a manifestarse. (…) le parecía una irresponsabilidad que políticos e ideólogos prometieran soluciones baratas y sencillas. La gente ‘airada’ que formaba parte de los movimientos pacifistas despertaba en él serias sospechas. Los movimientos por la paz son muy necesarios, escribe, pero solo cuando los componen personas en cuyos corazones reina esa paz. Prevenía contra cualquier movimiento pacifista que fuera ‘simplemente político’ e ideológico y no tuviese como objetivos la justicia, el amor y un trabajo arduo y perseverante. Con frecuencia, bajo los gritos indignados por la paz que se pronuncian en la calle se esconden corazones muy poco pacíficos, decía: unas palabras que le privaron del afecto de muchos».

¿Y todo esto de Nagai a qué viene? Pues a que nos da una lección enorme para entender la dignidad humana y el patriotismo, y rechazar el victimismo nacionalista, el poder deletéreo de las ideologías, la falsa bondad que se esconde bajo movimientos airados como Black Lives Matter.

A la cama de Nagai se acercaban premios Nóbel, cardenales, políticos, celebridades de todo el mundo… y hasta el emperador de Japón. Morí el 1951, con un bazo de 3,5kg (lo normal es que pese 150g). Les darreres paraules de la seva agonia van ser «Pregueu, sisplau, pregueu».

Dolça i pacífica (de debò) Catalunya…

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