L’experiència nazi ens ajuda a entendre la caiguda de tants cristians en la idolatria de lanació.

En los años 50 el nacionalismo penetró en conventos y sacristías. Muchos sacerdotes adoptaron la nueva religión nacionalista, a veces de forma tan patética como Joan Rigol o Xirinacs; seminaristas como Carod Rovira o Àngel Colom cambiaron la cruz por la cubana. Lo importante de los obispos no era que fueran santos, sino “catalans”, es decir, nacionalistas; pastores como Novell y pastorales como Arrels cristianes de Catalunya parecían surgidas de la sede de CiU. Muchos han convertido a lanació en su ídolo y reemplazado a Dios por un concepto excluyente de Cataluña. 40 anys després, el resultat és ben palès: Catalunya és avui la regió més descristianitzada d´Espanya, juntament amb les províncies vascongades. Por encima de la Cruz, en decenas de campanarios ondea hoy la cubana -una bandera de odio inventada por un pirado que firmaba “Mori Espanya“-. Los obispos catalanes lo han hecho fatal. I la cosa segueix.

El 12 de mayo de 2017 los obispos catalanes se reunieron (nadie sabe todavía para qué) y parieron una noteta que parecía un comunicado de prensa de la Generalitat. Què hi deien? El credo nacionalista: somunanació i noensestimen. Una auténtica vergüenza que repitieron el pasado febrero, y van loriteando periódicamente al llamado de sus nuevos amos mundanos.

Dan Hitchens, editor de The Catholic Herald, reflexiona en First Things sobre cómo se manifiesta el mal y cómo podemos resistirlo. I ho fa fent servir l’exemple de 2 resistents al nazisme: Dietrich von Hildebrand (vell conegut dels dolços) i Sebastian Haffner. Este último comparaba el nazismo con un «gas venenoso». Veamos algunas de las consideraciones de Hitchens sobre cómo y por qué algunos cristianos abrazaban el nacionalismo en la Alemania nazi:

«La relación de Von Hildebrand revela lo que este gas venenoso pedía a los individuos. Su relato (…) incluye docenas de estampas de hombres (especialmente los compañeros católicos de von Hildebrand) que escogen saltar a un lado u otro. Uno describe a un teólogo franciscano que intenta reconciliar el nazismo con su religión: «Bajo la tóxica influencia del zeitgeist [espíritu del tiempo] (…) estaba completamente ciego«. Otro retrata a un periodista simpatizante de Hitler que se convierte al catolicismo y se vuelve un firme antinazi. (…)

Von Hildebrand escribe sobre «la terrible tentación de dejarse arrastrar a concesiones». Esas concesiones son a veces lingüísticas. Los líderes católicos, especialmente, pueden ser engañados por un lenguaje que suena vagamente cristiano («Él sigue hablando de Dios», se entusiasma un jefe de los dominicos cuando el Führer aparece en una conversación). En una carta pública, los obispos aceptan el respeto de los nazis por la «autoridad» y «la nación». Von Hildebrand está disgustado, no simplemente por el contenido sino por el tono cálido, que implica acuerdo. Y los obispos evitan el conflicto usando palabras ambiguas:

«Los términos como «autoridad», «nación» y similares se usaban equívocamente, cuando estaba claro par todos que los que los Nacional Socialistas entendían por ellos era algo que los obispos jamás podrían afirmar. Además, el hecho de que la afirmación de muchos puntos estuviera en primer plano creaba la impresión de una postura principalmente afirmativa (…) Los obispos en un apéndice declaraban que no podían aprobar el racismo (…) pero permanecía la impresión de que el tenor general era de afirmación gozosa«.

No era solo lo que los obispos decían, sino también lo que insinuaban, y lo que dejaron de decir«.

No hay más preguntas, señores obispos catalanes.

Dolça i secularitzada (pels bisbes) Catalunya..

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