El nacionalismo nos cuela vileza por gloria. 

L’Albert Soler ho ha tornat a veure clar des del Diari de Girona:

«Según la justicia alemana, Puigdemont no se rebeló, pero malversó fondos. Y él, contento. Curioso personaje, este que prefiere ser tildado de malversador que de rebelde. Por lo que parece, no se levantó contra el Estado espanyol aunque se comprometió a hacerlo, y utilizó el dinero público -el de todos- en lo que le dio la gana. Y él, contento. O sea, engañó por un lado a sus partidarios y por otro a sus detractores. Tiene su mérito, hay que reconocer que no tiene que ser fácil. Debe ser por eso que está tan contento.

Los catalanes forman el único pueblo del mundo que celebra que su expresidente, prófugo de la justicia, malversara dinero público. O esto parece después de las muestras de entusiasmo en cuanto ayer se supo que Alemania acepta extraditarlo por este delito. Ya sé que todavía no es seguro, que falta juzgarlo -si bien hay suficientes indicios del delito en España y , ahora, también en Alemania-, pero la simple posibilidad de que sea un malversador ya nos llena de gozo y alegría. Después dirán que somos un pueblo agarrado, y quizás tendrán razón, pero a la hora de disculpar que nuestros presidentes hagan lo que les apetezca más con el dinero, no hay quien nos pase la mano por la cara. En otros países un presidente malversador sería apedreado en la plaza pública. Aquí, a Jordi Pujol se lo disculpamos todo, desde Banca Catalana hasta la curiosa herencia del avi Florenci, y a Puigdemont pronto le dedicaremos plazas y monumentos porque  sólo está acusado de malversar dinero, un delito castigado con hasta 12 años de cárcel de nada, más la inhabilitación que corresponda.

Él mismo, consciente de que a quien debe explicaciones es al ingenuo y crédulo pueblo catalán, ha declarado que ser acusado de malversación es ‘una victòria’. Y todos lo han aplaudido. Bien visto, para el Dioni también fue una victoria vaciar su propio furgón blindado y huir al Brasil. Esto de las victorias es muy subjetivo, depende del punto de vista: si esta tarde yo atraco a una vieja y me llevo su monedero con el dinero de la pensión, para mí será una gran victoria, pero dudo que ella piense lo mismo cuando tenga que acabar de pasar el mes comiendo bistecs de pela de naranja. Y seguramente mis conciudadanos me llamarían de todo menos guapo. Excepto si yo fuera presidente, que entonces podría dejar sin pensión a todas las abuelas catalanas y todo me sería perdonado, a condición de que dejara ir alguna frase vacía y épica, tipo ‘no ens aturaran’. Y abajo, que hace bajada.

Conociendo a los catalanes y su espíritu gregario, que les hace amar con locura a quien les quita el dinero siempre que éste sea poderoso -frase tradicional catalana: ‘¿No lo haríamos todos, si estuviéramos en su lugar?’-, sólo hay una cosa que les haría más felices que ver a Puigdemont acusado de malversación: verlo condenado. Que no haya dudas de su culpabilidad, que se demuestre que el dinero será siempre suyo.

-Puigdemont sí que era un presidente catalán de pura cepa: en vez de dedicar el dinero a lo que estaba obligado, lo utilizó para lo que le dio la gana.

Olviden a Dios, la justicia sí que escribe con renglones torcidos. De hechos más graves que a Puigdemont se acusaba a Al Capone, y al final lo encerraron en la cárcel solo por evasión fiscal, que no deja de ser una malversación de andar por casa. No sé si los partidarios del gángster de Chicago celebraron como una victoria que ingresara en Alcatraz sólo por un delito fiscal. Quizás sí, teniendo en cuenta que la alternativa era la silla eléctrica».

Doncs en això està convertint Catalunya el nacionalisme: en un patio de Monipodio, tierra de tartufos y paraíso de pícaros a la barretina, cuya parte atontecida por TV3 adora a un chorizo corrupto.

Dolça i embabauada Catalunya…

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