Hoy celebramos a una catalana libre de nacionalismo, la Madre Ràfols

Una catalana universal, héroe de los Sitios de Zaragoza, cuyo impacto aún pervive.

santaana7

La Madre Ràfols es un ejemplo de lo que podemos ser los catalanes cuando sacamos lo mejor que llevamos dentro y nos liberamos del yugo empobrecedor del nacionalismo, que seca nuestra alma en un miserable victimismo.

Esta «heroína de la caridad» nació en Vilafranca del Penedès el 5 de noviembre de 1781. Sus padres eran sencillos pagesos, campesinos que no tenían muchos recursos. Pero al fallecer su padre cuando ella tenía 9 años, su madre contrajo nuevas nupcias. Con una situación económica más holgada pudieron costear sus estudios en la Enseñanza, un prestigioso colegio de Barcelona; tuvieron en cuenta sus excelentes cualidades porque era inteligente, trabajadora y responsable. Entonces se implicó como voluntaria en el hospital de la Santa Creu, dirigido por las Hermanas Hospitalarias de San Juan de Dios. Su capellán, el padre Juan Bonal Cortada y ella se conocieron a raíz de una epidemia de peste. María supo de primera mano cómo se desvivía él por los afectados, especialmente los pobres. El virtuoso sacerdote precisaba personas expertas en el cuidado de los enfermos para el hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, y seleccionó un grupo compuesto por doce hombres y doce mujeres, entre los que se hallaba María. Tenía 23 años, pero una madurez y cualidades tales que fue designada responsable de todos y luego superiora de la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana, nacida en el mencionado hospital zaragozano ese mismo año de 1804 en el que se produjo su traslado a la ciudad.

Al llegar a Zaragoza, tras un recorrido efectuado en carro y plagado de incomodidades, ella se hincó de rodillas ante la Virgen del Pilar pidiendo su amparo; eso da idea del espíritu que le guiaba. Pronto constató que los medios disponibles en el hospital de Gracia dejaban mucho que desear en todos los aspectos. Además, los trabajadores del centro acogieron de mal grado a los recién llegados y les dispensaron un trato hostil. Desde el principio se percató de ciertos desaguisados que debían solventarse. El descontento del personal por su mala retribución, así como las carencias y la descuidada atención a los enfermos requerían actuar con premura y delicadeza. Pero las presiones hicieron que pasado un tiempo los varones abandonaran el hospital. En cambio las mujeres, con María al frente, prosiguieron su incansable labor.

La beata pasó por alto los infundados reparos de la Junta del hospital, la Sitiada, considerando que actuaba al margen de su dictamen, y poco más tarde logró la conciliación con su sabiduría, prudencia y caridad. Pero siempre tuvo como péndulo sobre su cabeza la oposición de la Junta que le hizo sufrir y probó su virtud. Sus acciones no caían en saco roto y el obispo de Huesca le propuso crear en la ciudad un centro hospitalario similar al zaragozano. Por lo demás, fue una pionera para la época; abrió brechas para la mujer, anteriormente insospechadas, especializándose en flebotomía, práctica quirúrgica de la sangría de uso habitual en la medicina de entonces, que validó con el examen oportuno.

Pocos años después de llegar a Zaragoza se desencadenó la guerra, y cuando las tropas napoleónicas sitiaron Zaragoza en 1808, el hospital quedó derruido por las bombas. En esos instantes ella fue una heroica abanderada que expuso su vida auxiliando a los heridos, enfermos y dementes a los que buscaba por las calles, sin excluir a los integrantes del bando enemigo. En medio del fragor de la batalla salió a mendigar pidiendo dinero y comida para los miles de acogidos que había en el hospital. Ante la precariedad, con frecuencia se privaba de su propio sustento. En un intervalo de cuatro meses tuvo que trasladar a los enfermos en tres ocasiones, hasta que se instaló el hospital de convalecientes.

En el transcurso de la encarnizada lucha sin cuartel dio nuevas pruebas de una fe admirable demandando ayuda para los enfermos, aunque para ello tuvo que cruzar las filas enemigas acompañada de un par de religiosas. Las mujeres avanzaron por el campo de combate en medio del hostigamiento de los soldados que proferían insultos contra ellas, pero lograron que el general francés Lannes las escuchara, las protegiera, y abriera las puertas de par en par. María le había dejado desarmado con su trato delicado y respetuoso, y el militar se conmovió con ese gesto inaudito. No solo obtuvo los recursos esenciales para la atención de los enfermos, sino que contribuyó a que se salvaran muchas vidas, se concedieran indultos y otras gracias. Esta imagen, de gran fuerza plástica, continúa siendo impactante porque hay que tener en cuenta el momento histórico, la situación y el lugar en el que se produjo tal acto de valentía.

Al terminar la guerra, la nueva Junta rectora del hospital no tuvo en cuenta estos antecedentes heroicos, sino que oprimió a las religiosas. Apartaron al padre Bonal, y el prelado Suárez de Santander, afín a los franceses, puso a María en la tesitura de dimitir trasladándose a Orcajo, Daroca. La Sitiada demandó la presencia de las hermanas en Zaragoza en 1813 para que se hicieran cargo de la casa de beneficencia. Finalmente en 1824 al ser aprobadas las constituciones por la diócesis, una vez se solventaron los equívocos que llevaron a su recusación, se restituyó a la beata como superiora. Durante once años se ocupó de los huérfanos y abandonados que se hallaban en la Inclusa que dependía del hospital. Pero en 1834 fue imputada por alta traición. Creyendo que conspiraba contra la reina, implicada con los carlistas, fue recluida dos meses en una cárcel donde confinaban a personas acusadas por la Inquisición. Después, y pese comprobarse que era un malévolo infundio, fue desterrada al exilio.

Ya enferma pidió ser trasladada a la casa de Huesca y allí aún vivió seis años de entrega, en silencio –nadie le oyó proferir ninguna queja–, y confianza en Dios. Con el cambio de gobierno regresó al hospital de Graciaeatificación abierta, como ella fueron proclamados «Héroes de los Sitios de Zaragoza».»

Dolça i admirable Catalunya…

bastoncillo



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6 comentarios

  1. Otra catalana universal que es un malísimo ejemplo para el nacionalismo.

  2. Otra figura catalana admirable que carece de calle en Barcelona. Y van…

  3. Uno de los grandes defectos de España como nación es la capacidad de dejar caer en el olvido a sus/nuestros HÉROES. Toda mi admiración por la madre Ràfols, cuya historia desconocía. Muchas gracias DC.

  4. Gran ejemplo de mujer…seguro que el fanático del (¿historiador?¿?) cucurull, que se desgañita afirmando que los grandes personajes de la historia de España eran catalanes, dice ahora que esta Santa Madre NO era catalana

  5. Estas son las vidas que merecen la pena ser vividas: ejemplares, altruistas, sin ruidos, sin aspabientos, acrisoladas en sufrimiento injusto, envidias.

    Por fin, con ellas, nos reconciliamos con la
    Estirpe humana: no mas hombre devora a otro hombre, no mas explotacion, todos hermanos e hijos de un mismo Dios (amigos y enemigos), no mas «que hay de lo mio»; sino que hay de «lo de mi hermano», el bien comun, favorecer al debil y al oprimido, la justicia ante mi comodidad» o mi posicion.

    Y ademas es una de nuestra amada tierra catalana y española… Como Agustina de Aragon que tambien fue hija de Cataluña.

    Grandes mujeres en recios tiempos.
    Que Dios las tenga en su gloria !!!

    Para cuando su causa de beatificacion?
    (No hago comparaciones facilonas con otras «heroinas» actuales porque estas que hoy nos ocupan estan a 3000 millones de años luz, demasiado obvio)

  6. Eso sí es una vida ejemplar naciera donde naciera.

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